Cristo de la Luz

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viernes, 21 de noviembre de 2014

El velo, un honor para la mujer

Recomiendo este escrito del Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa. 

Sólo añadiré que, además de las razones que expone el Padre a favor del velo femenino, hay otras dos que omite. Primero, es una norma establecida por el Apóstol San Pablo, tal y como recoge la Sagrada Escritura (1 Corintios 11:2-16), por lo que las mujeres que llevan velo son obedientes a un mandato apostólico. Segundo, es lo que las mujeres cristianas siempre han hecho desde tiempos inmemoriales. Una tradición de casi 2000 años, que remonta hasta la edad apostólica no puede estar equivocada.




San Ambrosio en su tratado sobre la virginidad relata el hecho histórico de una joven de la nobleza forzada por su familia al matrimonio. La joven huye hacia la iglesia, y junto al altar suplica al sacerdote que pronuncie sobre ella la oración de consagración de las vírgenes y le imponga como velo el lienzo del altar.

El será para la joven el sigo de su desposorio con Cristo. Ese velo, al igual que cubre el altar para el santo sacrificio, cubrirá el nuevo altar del corazón de la joven, donde ofrecerá el sacrificio diario de su virginidad como ofrenda de suave olor al Padre eterno.

¿Por qué el velo en la mujer? Quiero apuntar, entre otras, tres razones:

1ª. Porque es hermosa.- El velo le recuerda que no debe dejarse llevar por la concupiscencia de la belleza, ni arrastrar a otros. Es signo del pudor y recato, de la modestia en el ornato con que siempre ha de vivir y presentarse ante Dios.

2ª. Porque es madre.- De una forma especial la mujer ha sido unida a la obra creadora de Dios por su propia maternidad. El velo le recuerda que su maternidad es sagrada, y por ello se cubre, para indicar que al estar cubierta el mundo no puede dañarla ni ella dejarse. Y, además, todo lo sagrada se cubre.

3ª. Por su maternidad espiritual.- Este es un aspecto importantísimo y desconocido por la mujer. La mujer pudorosamente vestida, cubierta con su velo, en silencio orante es fiel reflejo de la imagen de la Santísima Virgen, que con su silencio y su velo oraba incesantemente por su Hijo y meditaba Su obra redentora. El recogimiento dentro de la iglesia de la mujer con el signo distintivo de su velo tiene un fruto riquísimo para la Iglesia para la santidad sacerdotal, el sostenimiento moral y espiritual del clero y para el fomento de las vocaciones. La maternidad espiritual es una grandísima y hermosísima vocación femenina, muy desconocida desgraciadamente, pero de un valor que me atrevería a decir de “estratégico” dentro de la Iglesia.


El falso feminismo al que muchas mujeres han cedido, aparta al a mujer de su verdadera vocación a la maternidad y a la familia. ¡Cuánto daño sobrevino a la mujer y a la santidad de la Iglesia aquel día en que por primera vez entró sin su velo la mujer a la iglesia! Al quitarse el velo ya no pudo evitar quitarse otras prendas de su vestido. Y hoy vemos con rubor y tristeza la absoluta falta de pudor con que muchas mujeres entran en la iglesia. Y como consecuencia desapareció aquel apoyo espiritual, aquella maternidad espiritual.

Mujer, mira el velo como el paño del altar de tu corazón donde has de ofrecer cada día al Señor el sacrificio de tu vida entregada a tu familia, donde ofrezcas las ofrendas de tu pudor y modestia en el vestir. Donde ofrezcas las ofrendas de tu maternidad o de tu virginidad, y en ambos casos las ofrendas de tu maternidad espiritual.

El velo es un honor para la mujer.

El velo es un honor para ti.

Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa

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