Cristo de la Luz

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miércoles, 22 de octubre de 2014

Creación vs Evolución, I

Publicado el 16 de febrero de 2014


Cuando hablamos de la teoría de la Evolución se sobreentiende que un ateo se encuentra como un pez en el agua con esta teoría, porque a veces hasta hace de soporte filosófico para su ateísmo. ¿Pero es admisible la teoría de la evolución para un católico? Hoy en día pueden haber muchos católicos que se extrañan de que nos hagamos esta pregunta, ya que en algunos ambientes eclesiales el evolucionismo se defiende con el mismo (o a veces con más) fervor que los dogmas de fe. Ahí está la pregunta del millón: ¿Cómo puede un católico dar por buena una teoría que goza de tanta simpatía entre los ateos? Ellos no sólo creen en el evolucionismo, como los católicos creemos en el Purgatorio o cualquier otro dogma de fe; los ateos hacen del evolucionismo su bandera y lo usan para liderar ataques contra la fe cristiana. Si esto no le provoca la menor inquietud a un católico, mala señal.

Pienso que no soy la persona más indicada para escribir un artículo sobre la Evolución, porque no soy científico, ni tengo grandes conocimientos en la materia.  Lo que pasa es que si no lo escribo yo, no sé quien lo va a escribir. Por lo visto en España a los científicos profesionales les ocurre una de tres cosas, o quizá una combinación de las tres: están demasiado ocupados en otras tareas; les trae al fresco el asunto; o frente a la dictadura materialista que se ha instalado en el mundo científico, prefieren guardar silencio antes que perder su reputación e incluso su puesto de trabajo. Escribo esto porque como católico de a pie, me he interesado por el evolucionismo. Me he tomado la molestia de investigar un poquito y documentarme, para saber, por un lado, lo que dice la Iglesia, y por otro lado, lo que dice la Ciencia. Me hice católico porque quería profesar la misma fe que Nuestro Señor entregó a Sus apóstoles, así que poco me importa lo que crea “la mayoría de católicos” o el “consenso de la comunidad científica”, y tengo cero respeto por las opiniones políticamente correctas del momento. Lo único que me importa es la verdad, y ahí es a donde quiero llegar con este artículo.

Para mayor claridad he querido dividir el artículo en cuatro secciones:
  • la importancia vital de la batalla intelectual y espiritual entre Creación y Evolución;
  • los elementos sospechosos de la teoría de la Evolución;
  • las razones teológicas por las que el evolucionismo no es compatible con la Creación;
  • las razones científicas por las que el evolucionismo es una gran mentira.
En esta primera parte trataré las dos primeras secciones, dejando para otra entrega las consideraciones teológicas y científicas.

La importancia de dar la batalla

Últimamente oigo a bastantes católicos decir que a la gente no hay que darle la tabarra con el tema de la Evolución, que es una batalla perdida. Según ellos, en nuestro apostolado (que ahora algunos llaman proselitismo) habría que ceñirse a los asuntos que atañen directamente la fe, como la moral, la Iglesia, los dogmas, etc. Esta estrategia me parece equivocada, porque ignora la raíz de la apostasía de nuestro tiempo. Si la mentalidad evolucionista fuera un fenómeno marginal les tendría que dar la razón, pero hay que reconocer que el evolucionismo es una filosofía que ha calado hasta el fondo de las almas de prácticamente todos los habitantes de Occidente y gran parte del resto del mundo, con el efecto de erosionar la fe en Dios y convertir a millones de cristianos en ateos.

Nuestro tiempo es un tiempo de ateísmo, teórico y práctico. Antaño los grandes enemigos de la fe eran herejías cristológicas o eclesiales, como el arrianismo y el luteranismo respectivamente. Ahora no es así. Con perspectiva histórica se puede ver como las herejías cristianas han abonado el terreno donde en nuestro tiempo ha arraigado el ateísmo. Ahora, al menos en España, las personas que se rebotan contra la Iglesia simplemente se largan para caer en el vacío absoluto del hedonismo ateo. No apostatan de su fe católica porque dejan de creer en algún dogma de fe, como la Comunión de los Santos o la Infalibilidad Papal. Apostatan porque dejan de creer en Dios, sin más. Indudablemente su apostasía tendrá mucho que ver con su pecado personal, pero encuentran una excusa en argumentos “científicos”. Los evolucionistas que niegan la existencia de Dios no apelan realmente a la ciencia, sino al cientificismo; la ciencia convertida en religión.

Muchos se rasgan las vestiduras porque en los colegios (públicos y privados) se imparten clases de “educación” sexual, cuya finalidad es pervertir a los jóvenes. Yo también me indigno. Pero no es de recibo que protesten por esto, y no digan nada sobre el adoctrinamiento anticristiano que se lleva a cabo desde hace décadas en las clases de ciencia.

Hoy en día en los manuales de ciencia está literalmente prohibido hablar de Dios, porque se parte de la premisa de que Dios (si es que existe) no puede intervenir en el universo físico. Esto se llama naturalismo, y es una creencia religiosa. A diferencia del cristianismo, es una religión que se permite enseñar en las clases de ciencias, y que se subvenciona masivamente con nuestros impuestos. Resumiendo, lo que estudian los niños es que en el principio nada explotó (sí, suena a chiste, pero es así), causando el Big Bang. Luego estudian que, chocando entre sí por accidente, se formaron las estrellas y los planetas; que un planeta en un rincón insignificante del universo se enfrió y mágicamente la materia inorgánica se convirtió en el primer organismo unicelular. A lo largo de miles de millones de años estos microorganismos evolucionaron; los microbios se convirtieron en bichos invertebrados, que se convirtieron en peces, que a su vez salieron del agua y desarrollaron piernas; los anfibios se convirtieron en reptiles, los reptiles en mamíferos, y finalmente los monos bajaron de los árboles, empezaron a andar a dos patas, y se hicieron hombres. Después de cientos de horas de adoctrinamiento en la religión naturalista en el instituto, ¿es razonable querer que los pobres adolescentes crean las historias que leen en la Biblia?

No es sólo una manía personal, sino una cuestión de estadísticas. Las encuestas han demostrado una y otra vez que la creencia en la evolución es inversamente proporcional a la práctica de algún tipo de religión organizada, sea católica, protestante, musulmana u otra. En EEUU se hizo un estudio interesante en 2011 sobre las razones por las que tantos adolescentes dejan de ir a la iglesia (aparte de la Iglesia Católica, entiéndase “iglesia” como cualquier secta protestante). Es una tendencia constante: un gran porcentaje de quinceañeros dejan de asistir a los servicios religiosos con sus padres. Luego algunos de ellos se reenganchan y otros muchos no. Las razones que dan por no querer seguir yendo a la iglesia son variopintas. Algunas suenan claramente a excusas adolescentes, como que “es aburrido” o que prefieren quedarse en la cama los domingos por la mañana. Lo que llama la atención es que un 23% dicen que la iglesia es anti-ciencia en relación con la Evolución. Dudo que tuvieran ese problema con la Iglesia Católica, que lamentablemente está arrodillada ante el evolucionismo, pero el fondo de la cuestión es que perciben la incompatibilidad entre la fe cristiana y el evolucionismo, tal y como se presenta desde las autoridades científicas.

No hay que buscar pactos con el Diablo. Ciertamente es tentador para el católico moderno tirar a la basura el primer libro de la Biblia. El mundo nos dice que si reconocemos que el Génesis es una fábula seremos aceptados por los “sabios” de nuestro tiempo. Podremos mantener nuestra fe católica, pero “adaptada” a las exigencias de la sociedad moderna. Nos advierte que si somos intransigentes, si nos empeñamos en afirmar que la Biblia es literalmente la Palabra de Dios, seremos marginados y vilipendiados. El evolucionismo es una filosofía anti-Dios, no hay otra manera de decirlo, por lo que hay que combatirlo sin tregua. Debemos limitarnos a creer y a proclamar la verdad, “a tiempo y a destiempo”. Cualquier acuerdo al que lleguemos con los enemigos de Dios será para nuestra ruina.



Los elementos sospechosos del evolucionismo

Yo, como muchos de mi generación, padecí una educación secular y en materia científica me inculcaron el naturalismo. Así que, como no podía ser de otra manera, daba por hecho que la teoría de la Evolución de Darwin era una verdad objetiva. Recuerdo perfectamente las clases de “conocimiento de medio” con 12 años; nuestro profesor nos explicó con todo lujo de dibujos que veníamos de los monos, y que a lo largo de millones de años habíamos pasado por distintas clases intermediarias de “homínidos”. Había que aprenderlo, igual que se aprenden las fechas de las batallas o la tabla periódica, como si fueran hechos incontestables. Sin embargo, con mi conversión empecé a poner en duda muchas de las cosas que me habían enseñado de pequeño, y pronto le llegó el turno al evolucionismo. Antes de investigar a fondo el tema recuerdo que se despertó en mí la sospecha de que algo fallaba, y esto es lo que quiero compartir con mis lectores. Fundamentalmente tenía que ver con la frase de Nuestro Señor:
Por sus frutos los conoceréis… Un buen árbol no puede dar malos frutos, ni puede un árbol malo dar buenos frutos. (Mateo 7:16, 18)
Veamos, ¿cuáles son los frutos del evolucionismo?


Lo primero que despertó mis sospechas fue la unión tan clara entre el evolucionismo y la cultura de la muerte. En un libro muy recomendable, Arquitectos de la Cultura de la Muerte, los autores, de Marco y Wiker, dedican un capítulo entero a Charles Darwin, uno al primo de éste, Francis Galton, y otro a Ernst Haekel, el “misionero” darwiniano más ferviente de Europa continental. Ahora que se ha convertido en un icono de la cultura moderna se procura por todos los medios olvidar que Darwin fue un racista hasta la médula, convencido de que la raza blanca europea era intrínsicamente superior a todas las demás, por haber alcanzado un nivel evolutivo más avanzado, y que la raza negra apenas se situaba un escalón por encima del mono. Tampoco es muy conocido que el título completo del celebérrimo libro de Darwin fue El Origen de las Especies a través de la Selección Natural o la Preservación de las Razas más dotadas en la Lucha por la Vida. Basta leer el título para entender que no hizo falta mucho tiempo para que, tirando del hilo darwiniano, se llegara a la eugenesia. De hecho, fue el mencionado Galton quien acuñó el término y popularizó la idea de seleccionar a los “más aptos” entre los seres humanos y desechar a los que se consideraban indignos de vivir. En El Origen de las Especies de Darwin yace la mentalidad diabólica de la eugenesia, como atestiguan estas palabras:
Los hombres civilizados entorpecen el progreso de eliminación: construimos asilos para los imbéciles, para los lisiados y para los enfermos; promulgamos leyes para los menesterosos; y nuestros profesionales de la medicina ejercitan toda su habilidad para salvar la vida de cada persona hasta el último momento.
Darwin fue mejor hombre que sus principios. Si hubiera aplicado a rajatabla sus ideas eugenísticas, no hubiera permitido que viviera ninguno de sus diez hijos, todos de salud endeble. Quizá porque no tenía ganas de liderar ninguna guerra contra la religión, Darwin no extrajo las consecuencias lógicas de sus teorías. Eso fue tarea de Galton y Haekel. Tanto éxito tuvieron que a principios del siglo XX en EEUU y Alemania la eugenesia se impuso como política de estado. En 1921 Margaret Sanger, una evolucionista fanática, fundó Planned Parenthood (hoy en día la mayor cadena abortista del mundo) basándose en los principios racistas y eugenísticos derivados del darwinismo. Y hoy ningún historiador discute el hilo ideológico que une la teoría de la Evolución y el programa Action T-4, con el que el gobierno nazi esterilizó a unos 400,000 alemanes contra su voluntad, aparte de masacrar a miles de disminuidos físicos y psíquicos. Subvencionada por la Fundación Rockefeller (que tanto bien ha hecho a la Humanidad), la eugenesia alemana de primera mitad del siglo XX se inspiró directamente en las ideas de Darwin.

La segunda consideración que me hizo sospechar del evolucionismo es que las ideas de Darwin socavan cualquier sistema moral absoluto, por lo que su visión de la moralidad es antitética a la visión cristiana. En lugar de la Ley Natural, instituida por Dios y grabada en el alma de cada ser humano, Darwin propuso que la moral evolucionó según las conveniencias de cada tribu. Esto quiere decir que nuestros valores morales no serían más que una herencia evolutiva que nos ha permitido sobrevivir en las condiciones diversas de la Historia humana. Esta evolución de la moral encontró eco en las teorías de Karl Marx, quien las llevó a su conclusión lógica: si no hay normas morales absolutas significa que todo vale en la lucha por la supervivencia (o por la supremacía de una clase social frente a otra). El comunismo, igual que el nazismo, bebe también de la fuente darwiniana.

En 1873 Karl Marx envió a Darwin una copia firmada de “El Capital”, con la frase: “de un sincero admirador”

Por último, la tercera cosa que me hizo sospechar, aparte de su enorme contribución a la cultura de la muerte y la anti-moral del darwinismo, era el entusiasmo con el que siempre lo han acogido los ateos, tanto en sus inicios hace 150 años como hoy en día. Un ejemplo de ello sería esta cita de Aldous Huxley, el autor de Un Mundo Feliz y uno de los evolucionistas ateos más beligerantes de su día:
Tenía mis motivos por no querer que el mundo tuviera sentido; en consecuencia di por hecho que no lo tenía, y no tuve ninguna dificultad en encontrar razones que justificaran mi idea. El filósofo que no encuentra sentido en el mundo no se preocupa exclusivamente por un problema de metafísica pura; también le interesa demostrar que no existe ninguna buena razón por la que no puede personalmente hacer lo que le da la gana… Para mí, la filosofía del nihilismo fue esencialmente un instrumento de liberación, sexual y política. (“Ends and Means”, 1937)
Es de apreciar la franqueza de Aldous Huxley. Con toda sinceridad reconoce que su ateísmo es un deseo a priori, que luego tiene que buscar justificación científica. La teoría de la Evolución encaja con su visión nihilista del mundo, y la adopta, no porque es verdad, sino porque le conviene. Desde el principio de la guerra entre religión y Evolución, los dos bandos veían que si uno de los dos lograba convencer al pueblo de su veracidad, sería el final para el adversario. No existía la postura equidistante del hombre conciliador, tan de moda en nuestros días. Era una lucha a muerte entre cristianos y ateos. ¡Qué pena que ahora tantos cristianos hagan el trabajo del enemigo! El abuelo de Aldous, Thomas Huxley, apodado el bulldog de Darwin, fue bastante sincero al hablar de la incompatibilidad entre el evolucionismo y el cristianismo. Sabía perfectamente que si se ponía en duda la historicidad de las Escrituras del Antiguo Testamento al que pertenece el libro del Génesis, toda la religión cristiana caía como un castillo de naipes. Esto es lo que declaró el temible defensor del darwinismo y acérrimo enemigo de Dios:
Me resulta imposible comprender como alguien pudiera, tan sólo durante un momento, dudar que la teología cristiana depende de la veracidad de las Escrituras judías. El mismo concepto del Mesías o el Cristo, se entrelaza inseparablemente con la Historia de los judíos. La identificación de Jesús de Nazaret con el Mesías descansa sobre la interpretación de los pasajes de las Escrituras judías, y éstas carecen de valor sin el carácter histórico al que se les atribuye. “Science And Hebrew Tradition Essays”, 1897.
Además de sus frutos podridos, podríamos examinar las raíces del evolucionismo, y preguntarnos: ¿de dónde proviene el evolucionismo?

Contrario a lo que se cree, Darwin no lo inventó. Esta idea fue formulada ya en el siglo 6 antes de Cristo por filósofos pre-socráticos como Empedocles. Sin embargo, con el auge del cristianismo en Occidente el evolucionismo entró en lo que podríamos llamar un estado de hibernación. No fue hasta el siglo XVIII, el mal-llamado “siglo de las luces”, cuando pensadores y científicos se lo plantearon seriamente otra vez. En 1788 James Hutton formuló el principio del uniformitarismo, que hoy en día domina la geología, por lo que se le suele llamar el fundador de la geología moderna. Su famosa frase, “el presente es la clave del pasado”, define bien el uniformitarismo. Hutton rechazó el Diluvio Universal y afirmó que las formaciones geológicas se debían a cambios graduales a través de grandes periodos de tiempo, oponiéndose directamente al catastrofismo bíblico. Una implicación del uniformitarismo de Hutton es que la Tierra es muchísimo más vieja de los que antes se calculaba. El problema es que Hutton era un deísta; es decir, descartó categóricamente la intervención divina en el mundo. Debido a sus prejuicios anti-cristianos, sus conclusiones geológicas, lejos de basarse en observaciones objetivas, fueron fruto de un compromiso a priori con el naturalismo. Esto se desprende claramente de sus propias palabras:
La historia de nuestro globo debe ser explicada por lo que vemos que ocurre ahora. Ninguna fuerza se puede emplear que no sean natural en el mundo, ninguna acción se puede admitir excepto las que conocemos.
La ficticia “columna geológica”
Las teorías de Hutton tuvieron mucha influencia sobre Charles Lyell, el inventor (uso la palabra con toda la intención) de la columna geológica, ese diagrama con capas rocosas que todos hemos tenido que estudiar en clase de ciencia, pero que no existe en ninguna parte del mundo fuera de los libros de texto. Hay que decir que Lyell no disponía de absolutamente ninguna técnica científica para medir la edad de las rocas, y las edades que atribuyó a cada capa de roca sólo pudieron ser fruto de su fantasía. Sin embargo, debido a la necesidad de afirmar que el mundo tiene miles de millones de años, para dar cabida a la teoría de la Evolución, los geólogos siguen usando su columna geológica como si fuera de inspiración divina, a pesar de todos los problemas que plantea en el mundo real.

Igual que Hutton, Lyell tenía un odio a la fe cristiana que marcó su línea de investigación. En sus propias palabras, su deseo fue “liberar al mundo de Moisés”. Tenía muy claro que si “demostraba” que el mundo tenía mucho más de 6000 años de edad se pondría en entredicho la fiabilidad de toda la Biblia. Las consecuencias de las ideas de Lyell fueron devastadoras, ya que su obra, Principios de la Geología, fue uno de los tomos que Darwin llevó en su famoso viaje a las islas Galápagos en el Beagle. Al leer la obra de Lyell, Darwin reconoció que perdió definitivamente su fe cristiana, y a partir de ese momento veía el mundo a través de una filosofía materialista.


Por todas estas razones el evolucionismo me parece una filosofía altamente sospechosa, sin siquiera entrar a considerar sus méritos científicos. Esto lo dejo para la segunda entrega.

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